Jose C. Perales, profesor e investigador en la Universidad de Granada y colaborador de Inspira Psicología, nos aclara algunas ideas sobre el Juego patológico en el Día del Juego Responsable.
¿Qué es el juego patológico?
El juego patológico, también llamado ludopatía o trastorno por juego, es un trastorno mental, incluido dentro de la categoría de las adicciones. Es la única adicción, reconocida a fecha de hoy como tal, que no implica el uso de sustancias. Se caracteriza por una participación excesiva en juegos de azar o apuestas por dinero de cualquier formato, lo que conduce a problemas importantes en la vida familiar, social y laboral, y en muchas ocasiones a dificultades económicas y legales. No incluye por tanto, el abuso de otras actividades como navegar por Internet, los videojuegos, usar el móvil o comprar en exceso. Estas actividades, cuando se pierde el control sobre ellas, pueden constituir un problema importante que requiere tratamiento, pero no se consideran adicciones y no están vinculadas al juego patológico.
¿Es el juego patológico una enfermedad?
El juego patológico es un trastorno mental. El término “enfermedad” añade ciertas connotaciones que habría que considerar en cierto detalle. Por una parte, si consideramos al jugador patológico como enfermo, aceptamos que no es culpable de su problema, lo que sí responde a la realidad y permite abordar el problema sin culpabilizarlo ni estigmatizarlo. Por otra parte, no se debe caer en el error de pensar que el jugador patológico es un mero paciente pasivo de su tratamiento. Todo lo contrario, el juego patológico sólo puede tratarse con la implicación activa del jugador.
¿El juego patológico se puede “curar”?
La mayoría de las personas que sufren juego patológico pueden volver a hacer una vida tan normal y adaptada como la de cualquier persona. Sin embargo, las situaciones y actividades relacionadas con el juego constituirán de forma indefinida un riesgo de recaída, por lo que habrá que limitar o controlar cuidadosamente la exposición a esas situaciones. En general, se acepta que quien ha sufrido el juego patológico no debería apostar por diversión en el resto de su vida. Justificar volver a jugar “porque muchas personas sin problemas lo hacen” es una trampa mental en la que es fácil caer y que implica un riesgo inasumible para quien ha tenido problemas con el juego de azar.
¿A partir de qué momento se tiene un problema con el juego?
Como ocurre con la mayoría de los trastornos mentales, es difícil establecer un límite nítido. Por ello, en el diagnóstico se distingue entre trastorno por juego leve, moderado y severo. En todo caso, el hecho de tener la sensación de que en ocasiones has jugado más de lo que habría sido razonable, que tu familia haya manifestado quejas relativas al tiempo y el dinero que pasas jugando, o que hayas intentado jugar menos sin conseguirlo, por ejemplo, ya es indicativo de que tu conducta puede considerarse de un riesgo alto.

¿Cuáles son los rasgos más característicos del juego patológico?
El primero y más importante es el deseo imperioso de jugar. Ese deseo no es permanente, sino que se dispara en ciertas situaciones (que no tienen que ser las mismas para distintas personas). Por ejemplo, algunos jugadores sienten mayor deseo de jugar cuando están tristes, nerviosos o aburridos, cuando están cerca de un lugar en el que se puede jugar, o cuando beben alcohol.
Una segunda característica muy frecuente es seguir jugando o volver a jugar para recuperar las pérdidas. Esa conducta se denomina “perseguir las pérdidas”. Es fácil darse cuenta de que utilizar el juego como medio para paliar los problemas provocados por el juego no puede más que convertirse en un círculo vicioso que contribuye a agravarlos.
En tercer lugar, las personas que sufren juego patológico suelen tener una serie de creencias erróneas sobre los juegos de azar. Suelen sobrevalorar su destreza con el juego, de tal manera que perciben tener un control del que carecen (y que de hecho no se puede adquirir). En ocasiones se tienen supersticiones (alguien en el cielo me protege y me ayuda a ganar, mi amuleto me da suerte). Y muy frecuentemente se tiende a creer que ganar o perder va por rachas, de tal manera que si pierdo muchas veces antes o después tengo que ganar. Los juegos de azar están expresamente diseñados para reforzar y explotar esas creencias en perjuicio del jugador.
¿Qué causa el juego?
No hay una única causa. Existe una cierta vulnerabilidad genética, de tal forma que algunas personas presentan un mayor riesgo de partida. Los estilos de crianza, crecer en una familia donde el juego sea habitual, tener una personalidad con tendencia a la impulsividad, o la disponibilidad cercana de lugares y medios para jugar, son factores todos ellos que contribuyen a que una personas acabe desarrollando un problema con el juego, pero ninguno de ellos es totalmente determinante. Es el conjunto de todos ellos en la vida de la persona la que acaba provocando el problema.
De todos modos, hay algo que no debe olvidarse: el juego de azar, como el alcohol o cualquier otra droga, es un agente adictivo por sí mismo. Sabemos que ejerce efectos sobre el cerebro similares a los de ciertas drogas, y con el tiempo también produce cambios en el funcionamiento del mismo. Una vez que se empieza a jugar, no hay forma de saber con seguridad si la conducta de juego se va a convertir en un problema o no. Es por ello que el juego debe estar controlado y regulado.
¿Está el cerebro de los jugadores alterado?
Todas las experiencias de una vida alteran el cerebro de una manera u otra. Eso no quiere decir que el cerebro de un jugador esté dañado. Sí es cierto que algunas alteraciones del funcionamiento del cerebro pueden incrementar el riesgo de acabar sufriendo juego patológico (por ejemplo, padecer Parkinson y recibir medicación específica para el mismo). También ciertas diferencias en el funcionamiento del mismo, dentro del rango de lo que se considera normal, puede también llevar a diferencias en nuestra personalidad o nuestro aprendizaje que nos convierta en más vulnerables.
Si se juega de forma prolongada, eso se acaba reflejando en el funcionamiento del cerebro. El cerebro se adapta progresivamente formando nuevas conexiones y regulando la concentración de ciertas sustancias químicas pero, salvo que haya problemas añadidos al juego (por ejemplo, consumo excesivo de alcohol), el cerebro de una persona que juego y el de una que no juega son prácticamente idénticos.
¿Qué se puede hacer desde la Psicología para tratar el juego?
El tratamiento del juego se dirige a varios objetivos:
1) Identificar qué dispara el deseo de jugar. Como ya he comentado, además de las situaciones más obvias, las emociones como la ira, la tristeza, el aburrimiento o la ansiedad pueden provocar el deseo de jugar. Es muy importante que el cliente tome conciencia de cuáles son esas situaciones.
2) Reducir el deseo de jugar. Podemos decir que es la parte más importante de la terapia. En este sentido se pueden hacer varias cosas:
- Limitar el acceso a situaciones de riesgo (lo que se llama “control por el estímulo”), sobre todo al principio del tratamiento.
- Exponerse de forma gradual, y bajo monitorización del terapeuta, a las situaciones que pueden suponer cierto riesgo, y aprender estrategias que impidan que el deseo de jugar se vuelva incontrolable.
- Aprender a regular las emociones que disparan el deseo de jugar. Es imposible estar siempre alegre y positivo, pero podemos aprender a tolerar y manejar la tristeza, la ansiedad, la ira o el aburrimiento mediante estrategias alternativas al juego.
3) Reorganizar las prioridades. El juego depreda la vida del jugador patológico. Es necesario aprender de nuevo a hacer planes y a buscar satisfacción en las actividades cotidianas. Y es importante encontrar un sentido a esas actividades en conexión con los valores de la persona.
4) Aprender a pensar de otra manera. Primero, sobre el juego, porque como hemos visto, el jugador suele tener muchas creencias erróneas sobre cómo funciona el juego que deben contrarrestarse. Pero también sobre las propias capacidades, habilidades, y las consecuencias que puedan derivarse de ellas.
5) Reconstruir las relaciones familiares y sociales de la persona, que han sido negativamente afectadas por el juego.
Por tanto, el trabajo del terapeuta no es simplemente escuchar y dar consejos, ni la terapia va a llevar a una curación espontánea y súbita. Más bien el terapeuta será el responsable de planificar y monitorizar las actividades, tanto dentro como fuera de la consulta, para que se vayan trabajando los objetivos que he expuesto arriba. Es por ello que la participación activa del cliente y su entorno más cercano sea esencial para recuperar una vida normal.
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